Hace algún tiempo tuve la
oportunidad de compartir con un matrimonio con el cual algunos años atrás había tenido una relación
de amistad muy cercana que me permitía conocer a fondo su situación de pareja.
Al visitarme por ser pastor note cierta
preocupación difícil de esconder en sus rostros. Era tal la evidencia de
sus problemas que era imposible que sus
semblantes no proyectaran la amarga sensación de una tristeza interna hasta el
punto que rompí el hielo hablando de ciertos momentos memorables que
compartimos como amigos y la necesidad de no dejarlos morir que hacen parte de
la felicidad, pero que muchas veces se pierden por los enredos y afanes de la vida.
En la conversación comprendí
que habían intentado de diversas maneras una solución a su problemática sin
resultados visibles. Es más, estaban en la capacidad de pedirse perdón
mutuamente después de herirse e igual
soportar las huellas dejadas por agresiones
verbales y físicas. Al escucharles
atentamente percibí las buenas intenciones y el buen ánimo que
mostraban al reconciliarse, pero aun así se sentía que el recaer nuevamente en
los mismos errores les hacía sentir frustrados en sus intentos.
El amor era visible en sus gestos
y palabras que fluían en medio de su
confesión. Es triste y duro para un consejero asistir parejas con claros signos de violencia física
y una coraza de resentimiento y resistencia ante el maltrato verbal que causa daño en lo emocional y descubrir entre líneas en sus palabras que sienten que no deberían hacerlo.
Una de las cosas que los
mantenía frustrados es que no vivía el tipo de relación que idealizaron cuando eran novios y que los llevó a soñar
con ese tipo de concordancia necesitaba un mayor complemento que llegaría sin
duda al estar casados.
Por un momento
sus palabras se entrecortaron para dar lugar a la nostalgia de lo que pudo ser
y no fue y ya no era, evocaron entre distantes lágrimas que corrían por sus
mejillas como sus primeros años de
novios y después de casados fueron fiel
reflejo de un hermoso jardín (relación) florecido de detalle, palabras y gestos
amorosos donde convivían hermosas flores de expresiones agradables
de diferente especie.
¿Qué hace perder el encanto? ¿Cuánto hace que no experimenta alegría en tu relación? ¿Donde
está la chispa del noviazgo?
Fueron preguntas que lance
en mi desespero interno por hallar respuestas que permitieran hacerles
recapacitar y porqué no, encontrar el eslabón perdido que los tenía sumido en
la indiferencia e impaciente por separase para no sufrir más. Pensé que si
podía encontrar ese momento en el cual sus vidas cayeron en la fosa del egoísmo y
en la cárcel de la intolerancia
al punto de no soportarse el uno al otro, podía desde mi
impotencia desafiarlos a emprender una
nueva aventura amorosa sin detenerse en
el tiempo que llevaban viviendo y proyectándose más en lo que les restaba por
compartir.
Después de escucharlos un
tiempo y orar en silencio mientras hablaban, busque apoyo en la sabiduría divina, les pregunte de quien era
la obligación de crear aquellos momentos perdidos entre disgustos y
frases cortantes. Por un momento quite de sus mentes todo apoyo humano en el
cual se pudieran justificar y los deje solo frente al silencioso cuarto de sus propias vidas para que hallasen
una respuesta entre las oscuras cortinas que escondían ellos mismos.
Basado en lo que nos enseñan las Escrituras y mi
experiencia personal como consejero le
explique a esta pareja que la capacidad de emprender cambios para mejorar
la situación actual en que se encontraban y que el recuperar todo lo
perdido como pareja por los hechos pasados se encontraba en el interior de cada
uno. Los seres humanos son los únicos seres creados con capacidad de sobrevivir
a las tormentas y dificultades de la vida construyendo ambientes de convivencia
diferentes. Proseguí en mi dialogo ampliándoles
este concepto de que no importaba cuan duro hayan sido esos momentos, Ni
que tan larga y oscura haya sido esa horrible noche de disgustos, peleas y
celos, ni cuánto daño se hayan hecho emocional
y físico, todo estaba reducido a dejarlo
atrás y era algo por lo que
irremediablemente no se podía hacer ya nada. Todo estaba supeditado si
adoptaban posturas racionales y producirán un espacio para reconocer el nuevo los cambios que operarían.
Recordé un dicho que alguna vez leí en un librito de relaciones humanas. “No llores por la leche derramada que con
llorar no sacas nada”. El apóstol Pablo corrobora esto en Filipenses cuando dice “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya
alcanzado; pero una cosa hago; olvidando ciertamente lo que queda atrás y
extendiéndome a lo que está por delante, prosigo a la meta…” Filipenses” 3:13.
El matrimonio no es resultado de lo ocasional, ni
funciona porque simplemente dos personas tomaron la decisión de unir sus vidas
y ser una pareja. Antes de la creación
del mundo ya el arquitecto del universo
había establecido las bases que sostendrían la vida del matrimonio
y las normas para caminar en el bajo la bendición. Cada
persona debe descubrir cuáles son las cosas afines que existen antes de unirse y cuales son aquellas que no
pueden tolerar del otro para no entrar
con el paso del tiempo en una lucha por intentar llevarlo a ser como él o ella
desea, provocando los roces ya
conocidos.
Cada pareja debe preocuparse por descubrir los pasos necesarios para que sea una
realidad. Existe una idea que el
matrimonio por ser divino no puede fallar, pero eso es una verdad a medias ya que lo que es de Dios es perfecto, verdadero y bueno en gran manera pero no podemos olvidar
que son los hombres los que adulteran o pasan por alto dichas leyes. Tampoco el
matrimonio es producto terminado, al
contrario es algo que se construye en el
diario quehacer, en el diario interactuar y en la diaria inversión de tiempo,
dialogo y compromiso con la pareja. Es algo que funciona cuando la
pareja consientes de su decisión aceptan el compromiso de ser fiel hasta la
muerte y de no dejar que la maleza del
odio eche a perder el cultivo sagrado del amor.
En esta terapia los introduje en la necesidad de
reflexionar como los las muchas salidas que se buscan para huir y los escapes que escapes
en los cuales se caen para suavizar un poco la dura realidad y llenar vacíos o
carencias en la relación terminan siempre al final mostrando su
inefectividad y la realidad de que nada
puede sustituir el “dulce sabor del amor fiel” que destila del panal del
verdadero compañero (a), cada uno es un
complemento necesario por lo cual se
necesitan mutuamente.
Después de largos minutos de escucharles y platicar
sobre la relación, expuse a su criterio algunos consejos que les podían ser de
gran ayuda si cada uno estaba verdaderamente interesado en recobrar el amor
perdido.
Este sencillo
pero efectivo método les permitiría
volver a experimentar aquel olvidado sentimiento de ser especial para
alguien.
Cada día uno de los cónyuges
debería consigo mismo adquirir el
compromiso de realizar una acción
dedicada al otro que sabe le hará feliz. Sin duda ocuparnos de la felicidad del
otro es una labor que anima a la
creatividad, conocer sus gustos,
y porque no de de colocarnos en el lugar que nos gustaría sentirnos.
En realidad no se trataba de grandes inversiones, comprar el auto que a
ella le gusta, llevarla a un crucero por el Caribe, regalarle una tarjeta de
crédito para que ella la use libremente, et., o en la mujer regalar la ultima
loción de parís, invitarlo a la final de
la Eurocopa con todo los gastos pagos o cómprale el último teatro en casa que
ha salido al mercado sino más de bien de pequeños detalles que enamoran, que
avivan el fuego interno y
prende la chispa mágica del amor manteniendo fresca la ilusión y los sueños
despiertos. Son detalles creados del corazón con pequeñas dedicatorias de interés por el otro, recetas repletas de
ingredientes amables, cariñosos; acciones motivadas por el deseo de conquista, atracción y
permanencia.
Una búsqueda sincera de Dios
guiará a la pareja al reconocimiento que ambos fallan pero también pueden enmendar sus errores y continuar
unidos.
La vida está compuesta de
momentos y el autor de Eclesiastés capitulo
3, comprendía que “todo tiene su tiempo” que en la misma persona de un instante
a otro puede pasar del amor al dolor; de
la alegría a la tristeza; del vacío a la plenitud; instantes vividos que quizá nunca se
vuelvan
a repetir por lo cual es
necesario no pasarlos por alto.
Sacar un instante para analizar la calidad del tiempo
dado al cónyuge y planear nuevas
estrategias de conquista encenderá nuevamente la chispa apagada del amor.
Pensar en invitar a Dios a
nuestras vidas y hogares demuestra el grado de interés y valor que damos a
nuestra relación. Cuando Cristo llega a la vida de un hogar aquellas obras de
la naturaleza carnal (celos, iras, pleitos, contienda) se doblegan para dar
paso a una relación más estrecha con nuestro Salvador. Como en esta lección
puede que igualmente se deje a Cristo para última hora cuando la crisis del
divorcio esta a la puerta y ya no queda más escapatoria.
Aun en esos momentos finales
de llamado, Cristo sigue siendo la
respuesta al problema de la pareja.
El matrimonio salió de la
oficina y se perdió en la distancia para
dar lugar a la esperanza.
Meses después me visitaron
para saludarme y expresarme porque no habían conocido y aplicado aquellos
consejos antes.